Místico: es una persona que se dedica
a la vida espiritual y a la contemplación de Dios, o a escribir sobre ello.
Designa un tipo de experiencia muy
difícil de alcanzar en que se llega al grado máximo de unión del alma humana a
lo Sagrado durante la existencia terrenal. Se da en las religiones monoteístas
(zoroastrismo, judaísmo, cristianismo, islam),
así como en algunas politeístas (hinduismo); algo parecido también se
muestra en religiones que más bien son filosofías, como el budismo, donde se identifica con un grado
máximo de perfección y conocimiento.
Misticismo: Estado de
perfección religiosa que consiste en la unión o el contacto del alma con la
divinidad.
El
misticismo está generalmente relacionado con la santidad, y en el caso del cristianismo
puede ir acompañado de manifestaciones físicas sobrenaturales denominadas milagros, como por ejemplo los estigmas y los discutidos fenómenos
parapsicológicos de bilocación y percepción extrasensorial, entre otros. Por extensión, mística designa además
el conjunto de las obras literarias escritas sobre este tipo de experiencias
espirituales, en cualquiera de las religiones que poseen escritura.
Así
considerado este tema como la más fantástica vivencia, independientemente de
que Dios exista o no, parece que debería ser la meta de todo creyente; y sin
embargo vemos que no es así. La razón de
tal despropósito reside en que siempre se ha dicho que, para alcanzar ese
estado íntimo de felicidad, es necesario pasar por una larga carrera de
ascesis, que es lo mismo que decir esfuerzo, renuncia al mundo, virtud,
austeridad, y todo eso espanta al hombre. Así es que, la presumible recompensa de lo
místico al final de ese camino tormentoso se admira, pero no se persigue ni
siquiera por los creyentes. Cualquiera un poco informado algo ha oído sobre la
temible noche oscura del alma, el
fenómeno lacerante de desolación que acompaña a quienes se aventuran por ese
camino descarnado de la ascética-mística. Pero dejemos que sea el abogado de
los creyentes quien aborde este asunto.
Casi todo el
mundo asocia el concepto de lo místico con una profusa serie de fenómenos
psico-somáticos, tales como estigmatización, arrobamientos, luminosidad,
levitación, bilocación, etc, a los que se considera como señales inseparables
del suceso místico, creencia que agrega una tilde de asunto mágico a esta
realidad. Para la Iglesia, sin embargo, esto es puramente accesorio y carece de
valor. También dejaremos a Lutero que se aventure en el problema. Sin duda,
Marx nos dirá que tales fenómenos son explicables sin recurrir a ninguna
intervención sobrenatural, que en el hombre anidan fuerzas tan poderosas como
desconocidas que pueden aflorar en cualquier situación, y que también existen
fuerzas de la naturaleza aún desconocidas. Son las llamadas parapsicología
animista y parapsicología trascendental.
El misticismo
puede consistir solamente en una fruición interior, no acompañada
necesariamente de apariciones; pero por lo general, tanto en un caso como en el
otro, todo suele ocurrir a través de un iluminado que tiene visiones
escatológicas, lejos del alcance de los demás. Apariciones son todas, pero las
del místico están dirigidas sólo y nada más que a él, y las del vidente de una
aparición, además de que no suele ser un místico y aunque solamente las vea él,
están dirigidas al conjunto de los creyentes. Las primeras se producen sólo
para fruición del destinatario y en las segundas hay otro fin, el de anunciar
un mensaje a la comunidad.
El argumento
que exponen los creyentes es muy simple. La historia de las religiones está tan
repleta de fenómenos de esta hechura, son tantos y tantos los casos en que un
místico ha protagonizado un suceso así ante la presencia de numerosos testigos,
tantos los casos en que una aparición ha sido refrendada por efectos milagrosos
en tantas personas, que, o se admite la realidad del hecho y todo su trasfondo
teológico, o se niega por las bravas la veracidad de tanto testimonio y tanto
milagro. Y como esta segunda postura carece de fundamento, los creyentes
apuestan por ese Dios que se hace evidente por sus efectos. No es aceptable
que, detrás de tantas pruebas, se pretenda buscar únicamente la sugestión, la
ignorancia o la casualidad.
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